domingo, octubre 09, 2011

La guerra que viene

El sistema capitalista ha vivido durante 500 años, pero se encuentra en una fase de agotamiento terminal. La acumulación de capital ha llegado a extremos suicidas al despojar a la enorme mayoría de la población mundial de su bienestar. El cinismo con que esto viene ocurriendo durante los últimos 20 años ha sido percibido, y en realidad lo es, como una enorme y descarnada burla. El 1% de la población ha acaparado la riqueza mediante saqueos impúdicos de países y pueblos, cancelando el futuro para el 99% restante. Immanuel Wallerstein augura al menos dos décadas más de agónicos estertores para el modo productivo que nos ha llevado a la aspiracional adoración del vellocino de oro.

No se necesita mucho para demostrar la decadencia del capitalismo, ya que las evidencias se acumulan por todos lados. Podemos encontrarla desde las pistas que nos dejaron siglos atrás Hegel, Marx, Bakunin y Engels, entre otros, hasta las páginas de los periódicos de hoy mismo, en donde se consignan los síntomas del delirio imperialista, entendido como la fase culminante del capitalismo: enormes crisis estructurales y protestas masivas en Grecia, España, Chile, Túnez, Islandia, Francia, y ahora en el corazón mismo de la bestia: Wall Street en los Estados Unidos.

El eje de las protestas es uno, en despecho de las diferencias culturales y geográficas: la cancelación de oportunidades de bienestar, especialmente para las futuras generaciones. Jóvenes que han debido hipotecar su porvenir para pagar sus estudios universitarios en un sistema educativo privatizado para luego no encontrar trabajo; pensionados y jubilados que sobreviven en condiciones cercanas a la miseria; legiones de desempleados víctimas de la "eficiencia" y la "productividad" globalizadas y globalizadoras; millones de agricultores, campesinos y familias expulsados de los campos hacia las ciudades por la pobreza; la polarización social que conduce al resurgimiento de los neonazis y la extrema derecha en el Viejo Mundo como fuerza política (y ni qué decir acerca del ultra conservador Tea Party en los Estados Unidos); sistemas de salud privatizados que dejan en la indefensión a millones de personas en aras de aniquilar el "nocivo" tutelaje del estado; las "auto reguladas" fuerzas del mercado marcando el paso de la actividad económica mundial; los enormes fraudes de los fondos de riesgo con los que las más poderosas, e impúdicas, entidades financieras mundiales han quebrado al sistema monetario internacional, echando a la calle a cientos de miles de familias al arrebatarles sus casas por una falsa crisis hipotecaria inducida dolosamente; el "rescate" de esas mismas firmas financieras por parte de gobiernos de todo el mundo con dinero público; vastas extensiones de tierras de siembra acaparadas por multinacionales, junto con sus respectivos aprovisionamientos de agua, con la complicidad de los gobiernos de todo el orbe; la depredación de los recursos naturales, incluido el petróleo, nos ha colocado a la vera de una crisis ambiental de escala mundial.

La lista podría continuar por un buen rato, pero estos ejemplos ya son lo suficientemente demostrativos, y apocalípticos, para ilustrar la situación actual que guarda el "orden mundial". "Hacer más con menos" es el mantra del imperialismo, sin importar que en el proceso las ganancias sean privadas y las pérdidas se adosen a las sociedades.

Pero entonces surge la pregunta: ¿Qué sigue? Decía la filosófica Mafalda que lo difícil no es romper el sistema, sino saber qué hacer con los pedazos. Y parece que ni los unos ni los otros tenemos claro este punto. La kakistocracia mundial se ha quedado sin ideas (por ejemplo, a Grecia le piden que se de un tiro en la sien con la pistola de la profundización de los recortes a los gastos sociales y a las inversiones productivas para entonces acudir a rescatarla), mientras que la gente de a pie intentamos comprender qué está sucediendo. Una pancarta en las protestas llevadas a cabo recientemente en Wall Street rezaba: Debido a los recortes en los gastos, la luz al final del túnel ha debido ser apagada. ¿Debemos desempolvar a Marx? ¿Debemos inventar un nuevo sistema productivo? ¿Debemos arroparnos en el amor para coexistir con la naturaleza y eliminar la desigualdad, como propone Leonardo Boff? ¿Bastará solamente con suavizar y reinventar al capitalismo? ¿Qué hacer? se preguntaba Lenin.

Gracias a los dioses celestiales, no tengo la respuesta a estas preguntas. Lo que sí creo saber es lo que NO debemos hacer. La enajenación de la clase gobernante para con sus gobernados, que ha conducido al estado actual de las cosas, tiene su génesis en el alejamiento de los ciudadanos de la participación política. Les dimos manga ancha a los políticos para que nos "representaran", y todo ha sucedido menos dicha representación. Los políticos crearon, a la vera de nuestra apatía, una nueva clase social parasitaria: la clase política. Lo que menos debemos hacer es dejar que este esquema continúe. Dicho de otra manera, la primera acción que debemos emprender es la participación ciudadana. El precio que hemos pagado por nuestras omisiones ya es demasiado alto, como para elevarlo más. Si persistimos en nuestra inacción inevitablemente llegaremos a una guerra, que bien puede librarse entre los países dominantes para acabar de apropiarse de la riqueza de los países dominados, o bien, de los gobiernos y estados en contra de sus propios ciudadanos. ¿Y porqué el desenlace tiene que ser necesariamente una guerra, en caso de prolongarse la situación actual? El capitalismo, y sus conductores en turno, nunca se han caracterizado por su humildad, por lo que la posibilidad de que rectifiquen está cancelada desde ahora. Distribuir la riqueza que han acumulado salvajemente no está en sus planes, ni siquiera para tirarnos migajas que calmen nuestros ánimos. La historia nos ha mostrado, sobre todo la moderna, que cuando los estados prósperos entran en crisis, recurren a la redistribución de los recursos y las hegemonías mediante conflictos armados, incluso a nivel mundial. Hoy, los sectores más duros de las oligarquías del orbe reclaman el inicio de hostilidades a mayor escala para encontrar un nuevo orden internacional sin poner en duda la viabilidad del sistema capitalista. Inglaterra y los Estados Unidos son la mejor muestra de lo anterior al cultivar, alentar, estallar y mantener conflictos regionales en Palestina, Iraq, Kuwait y Afganistán, por citar solamente algunos ejemplos. Aquellas naciones han defendido, mediante la agresión, un orden unipolar monetarista, basado en la chatarrización del dólar y acumulando monstruosos déficits fiscales. Por otro lado, las guerras siempre han aceitado convenientemente la maquinaria económica de las naciones hegemónicas, y hoy más que nunca, buscan desesperadamente la generación y apropiación de más riqueza para paliar sus crisis estructurales.
Sin redistribución de la riqueza, sin nuevas ideas y con severas crisis fiscales y financieras, ¿qué les queda a los países dominantes? La guerra, solamente la guerra, no por necesidad, sino por avaricia y pereza. ¿En contra de quién? En contra de quien se oponga, y solamente pueden oponerse otras naciones o sus propios ciudadanos. La virulencia con que los gobiernos, supuestamente de diferentes signos políticos, han respondido a las protestas pacíficas en España, Grecia o Estados Unidos, lo demuestra. El futuro nos ha alcanzado, y solamente la acción individual puede desembocar en movilizaciones masivas que pongan freno a la escalada del conflicto. A los gobiernos siempre les ha sido más difícil disparar en contra de sus ciudadanos que contra soldados y civiles de otros países. Nuestra labor es, entonces, impedir que la brecha entre gobernantes y gobernados se ahonde, permitiéndoles a aquellos considerarnos extranjeros en nuestra propia tierra.

Las herramientas para la acción individual están ahí, a nuestro alcance, desde las nuevas tecnologías hasta los canales institucionales largamente existentes. Alzar nuestra voz para que la clase política nos escuche; organizar boicots de consumidores; recurrir a la solidaridad para instrumentar acciones colectivas son algunas de las armas efectivas que podemos utilizar, so pena de que el siguiente paso sea tomar las armas y enfrascarnos en luchas fraticidas.